miércoles, 2 de mayo de 2007

La próxima vez

A la piecita del 3ºB
La próxima vez no me quedo: la próxima salgo. Ocurre que a esta altura del mes no tengo mucha plata. Y además el sábado es el único día que vengo a dormir a lo de mi abuela. Pero ella, en el otro cuarto, no entiende que hoy es sábado. Ella no comprende que vive en el tercer piso de un edificio que se alza indolente sobre la esquina más concurrida del centro de la ciudad. Ella duerme y no sabe que allá abajo , codo a codo, como en una religiosa procesión donde dios se permite algunas licencias, están todos los chicos de la ciudad. Y las chicas, claro.
La pieza está oscura y apenas unos delgados haces de luz se cuelan por las hendijas de una persiana tan pesada como una sentencia. Pero yo puedo oírlos. Están allí abajo. Están ellos. Algunos con sus autos voluminosos y luminosos, con la música encendida en cada arteria, con sus podios y laureles a cuestas. Otros con sus remos en brazos, presentando todas sus credenciales, ensayando cada pose, cada paso de silencio, cada hilo de chamuyo.
Y están ellas. Con el ropero encima, pero livianas como un susurro divino. Fingiendo la sonrisa, relojeando las tropas. Están ellas, presas cazadoras. Están todos mis amigos, los que son y los que podrían serlo. Están todas mis amantes-mejor dicho- las que nunca lo fueron y las que nunca lo serán. Están todos allí abajo y también está la luna. Inmensa, radiante. Ojo omnipresente. Blanca, deliciosa. Dando la orden tácita de que se la devoren hasta el final, de que se devoren hasta el final.
Todos ellos están allí abajo, mi abuela en el cuarto de al lado y yo, sábado a la noche, más solo que la soledad misma. Por un segundo, el agobiante rezongo de la calle cede ante un tímido crujido. Una cucaracha - no la veo, pero presiento que es una cucaracha- camina ingrávida, inerte, por la frágil madera que reviste la pared. Está sola como yo. Pero al menos es conciente de que su naturaleza ya le indica un destino fatalmente opaco. La otras cucarachas – y espero que no haya más en esta pieza- tampoco hacen cosas mucho más interesantes. En cambio , yo me pregunto ¿mi naturaleza indicó explícitamente que los sábados me quede solo? Hay algo peor que ser patético: saberse así.
Han pasado un par de horas y allí abajo, algunos dejan de adivinar su suerte para comenzar a hallarla. Yo sólo adivino el tic tac que sopla desde el otro cuarto y me dice que han pasado un par de horas. Todavía falta mucho para que el sol aparezca y derrita esa persiana. Me consuela saber que a esa hora, el sábado ya será domingo, y el desayuno de mi abuela me dirá que lo peor ha pasado. Pero todavía no pasó. Entonces me quedo firme , enfrentando la oscuridad del cuarto, las luces de afuera, las risas, los silencios, la música, el vacío, mi propio vacío. Pero proyectando, programando, sabiendo que la próxima vez no me quedo: la próxima salgo. Y que nadie diga que no tengo planes esta noche.

1 comentario:

Carlos dijo...

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