miércoles, 2 de mayo de 2007

El "no" ya lo tenés (A Rodrigo)



Solía pasar. Estaba cuatro horas encerrado en un departamento, donde lo más parecido a una mujer eran las botellas vacías que iban cayendo en el cumplimiento del beber. Entonces, al llegar al boliche, cualquier ejemplar femenino era una diosa griega. Pero esta vez no era producto de mi encierro. O sí lo era: de mi encierro en este pequeño mundo. Porque esa chica escapaba a los límites de este planeta tan mezquino, tan chato, tan terrenal. Esa piba era de otro mundo. Y no le hablo sólo de su aspecto físico. Sí, obvio, tenía un lomazo que con fritas podía empachar a toda la hinchada de Boca. Pero había algo más. Los ojos, la boca, la sonrisa. No sé, un aura, un ángel. La estuve mirando casi dos horas. Ella no paraba de bailar. Yo la relojeaba desde la barra.
De pronto, cuando la contemplación había adquirido en mí un estado de ensoñación, advertí un prodigio. Me miró. No, no fue directamente. Más bien, como quien no quiere la cosa. Pero me miró. Además las minas, cuando te buscan, no te clavan la mirada de una y se quedan fijo, como los bebés cuando viajás en micro. No, te apuntan un toque, y apenas le respondés la ojeada, giran para cualquier lado, le hacen un comentario a la amiga y sonríen. Entonces uno piensa “que no, que fue un reflejo”. Y ahí, con la guardia baja, te vuelven a mirar. La boba. Sí, te la muestran, la tiran pa´ delante, frenan, y la vuelven a tirar pa´delante. Me hizo la boba.
Sin embargo no pasó de eso. Porque enseguida se fue al baño, o a no sé donde. Y yo recuperé mi vida anterior, ese despliegue de mediocridades y horas grises. Hasta que volvió a aparecer. Y esta vez me miraba fijo. ¡¿Fijo?! ¡Si ni me podía mover de como me miraba! Me crujían las articulaciones si daba un pasito. Me sentía como cuando la maestra te está retando y vos no podés mover ni un músculo de la cara .Así me miraba:como retándome. Y yo no había hecho nada. Claro, yo no había hecho nada. Es que no me animaba. ¿Yo ya les conté lo que estaba esa mina? Ah, sí, al principio. Bueno, entonces deben entenderme. No era fácil. “Andá Rodrigo”, me decían los chicos. Claro, yo había armado un equipo para zafarle al descenso, para estar cómodo en mitad de tabla, y ahora los dirigentes, la hinchada y la prensa, me pedían el título. No, señores. Yo no estaba preparado.
Y entonces llegó la frase. Sí, la frase más pronunciada en la historia de los boliches(afirmación basada en estadísticas concretas). Una frase dotada del razonamiento más puro y la lógica común. Una frase basada en el optimismo propio de la resignación, ese impulso que surge cuando está todo perdido. Una frase que no te deja alternativa, que pone contra la pared cualquier inercia: “El No ya lo tenés”. ¿Qué se puede responder ante tanta sabiduría resumida en cinco palabras, ante una certeza tan cierta? Sólo resta callar, levantar la frente, cargarse las tropas en la espalda y encarar sin más vueltas.
“Disculpá” le dije y la apenas toqué en el hombro. “Quería saber si eras de verdad” rematé. Era cursi, ambicioso y desubicado, pero había que tomar riesgos. No tenía ganas de sufrir. Si le caía bien eso, ya estaba. Parece que le cayó bien. Roto el hielo- o derretido estando ella enfrente- comenzamos a hablar de todo, y advertí que no era lo que esperaba: era mejor aún. Ella me respondía con total soltura, se reía y hasta me daban ganas de escucharla. Parecía que nos conocíamos de toda la vida. Los chicos pasaban cada tanto por al lado y me ponían cara de ¿para cuándo? Pero yo lo tenía claro: no había un cuándo. Al menos no lo había conmigo. Es que era evidente que esa chica no era fácil. Pero tampoco era una histérica. Todo lo contrario. Era esa clase de minas que no te va cortar el rostro de una, o poner cara de hastío, o ladrarte. No, era de esas que por simpatía o buenos modales nomás, te sigue la charla. Sabe cuando marcarte los límites, sabe que no anda de trampa ni de levante y por eso actúa así, tan desinhibida y libre de culpas. Macho, ¡era para casarse la flaca! Encima estaba con un vestidito blanco. Le faltaba el ramo y un cura. Aunque finalmente el célibe iba a ser yo. Porque supe que no iba a cometer ningún pecado esa noche. Entonces me relajé- sin la presión del levante y el nerviosismo que implica la táctica y la estrategia- y conversamos de todo. Estuvimos hablando como tres horas. A eso de las cinco miré el reloj y decidí irme, porque tenía que levantarme temprano. “ ¿Te vas?” preguntó realmente interesada. Hubiera querido quedarme, pero igual me fui contento. Porque a veces uno se va más conforme con un buen chamuyo que con un polvo vacío de emoción, ¿no cierto?.
Al día siguiente, al llegar a lo de los chico, el Berta concluía el relato de una hazaña nocturna. Parece que le había ido bien. Demasiado bien, ya que no era muy frecuente en eso de besar la red y mucho menos con una mina tan linda como contaba. Pero a mi no me interesaba mucho. Yo estaba feliz por la chica que había conocido y se los iba a contar a todos. Aunque no hubiera pasado nada. Antes de abrir la boca, el Berta me interrumpió:
-¡Rodrigo, sos un gil! ¡La mina que te chamuyaste anoche se la pasó hablando de vos conmigo! ¡Estaba muerta con vos! ¡Estaba entregada! ¡Decí que en el telo se calló la boca y después del turno ya ni se acordó de quien eras!
Creí que era una joda. Supe más tarde – y ante la afirmación del resto- que no lo era. El “No” ya lo tenía. El “No” de la suerte.

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