miércoles, 2 de mayo de 2007

De hombres y mujeres

Es verdad: nunca supe nada de mujeres. Están los expertos en la materia, los que la saben lunga de minas. Y están los eternos aprendices, como yo. A veces me consuela pensar en lo que dijo un tipo que vive por el barrio, una noche, casi abrazándome: “De mujeres y de fútbol nadie sabe nada”.Puede ser. Con la redonda me las rebusco; jugueteo al menos. Pero con las minas, créame, con las minas voy al arco. Es que nunca tuve una relación lo suficiente profunda con una mujer. Y eso que- y le juro que no es por jactarme- tengo suficiente calle.
Una vez tuve algo más o menos serio. Era una piba del barrio. Unos dieciocho años, bastante linda. Ella salía para la facultad, y yo la acompañaba todo el camino. Los fines de semana, paseábamos juntos o íbamos a la plaza. Pero apenas nos comunicábamos. Era una cosa de miradas. Platónico, quizá. Es que siempre me costó mantener un diálogo con las mujeres. No sé si será un problema de nacimiento o simplemente timidez congénita, pero nunca puedo decir ni una palabra. Apenas balbuceo, y ellas se me quedan mirando, como esperando que hilvane una frase, como mínimo. Pero no puedo, como si me pusiera nervioso. Ojo, yo tampoco las entiendo mucho que digamos. Porque hay mujeres como esta piba que son buenas, pero otras que, mama mía, son unas turras. Y sabe qué ¡a mí me tiran las perras! No sé, será un instinto animal, pero me gustan así.
Igualmente, yo sigo a todas las mujeres. No discrimino .Le aseguro que no soy un pervertido ni ninguno de esos locos que andan por ahí. No. Me gusta seguirlas y punto. No explico la razón, pero hay algo que expiden, un aire, un aura, un olor. Porái las sigo ocho, diez cuadras. No les digo nada y ellas tampoco. Me miran. No me dan mucha pelota, pero tampoco me sacan carpiendo. Es que esa ha sido siempre mi historia con las mujeres. No es que les produzca rechazo, sino que la cosa nunca pasa de ahí, de la mirada compasiva, del gesto tierno. Como si fuera una mascota, o algo así. Como amigo y nada más.
Tampoco entiendo las razones. Quizá me falte pose de galán, de recio. A ciertas mujeres le gustan los duros, como Humphrey Bogart, y yo no camine lo suficientemente erguido. No fumo, bebo sólo cuando tengo sed, y mucho menos tengo auto. Probablemente esas sean algunas de las causas por las cuales nunca profundizo nada con las mujeres.
Pero, ¿qué le voy a hacer? ¿Deprimirme? No. Bastante con que sé conseguirme la comida y los días de suerte, el de la carnicería me tira un buen hueso. ¿O desde cuando tiene que preocuparse por las mujeres un perro como yo? Para eso están los hombres, que bastante mal viven.

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