miércoles, 2 de mayo de 2007

La memoria es tan frágil

Venía de frente. Siguió de largo. No lo saludó. Apenas lo miró. ¿Cómo podía ser que la Flaca no lo saludara? Si hace unos días habían estado hablando de la forma más amena. Es más, ella le había dado su dirección y lo había invitado a tomar unos mates cuando quisiera. ¿Cómo podía ser? Si la Flaca sabía que él moría por ella. ¿Se habría olvidado? Hay momentos en la vida en los que la memoria es tan frágil. Quizá la adolescencia fuera uno de ellos, pensaba.

No se iba a quedar quieto. Buscó la dirección que había guardado en un jean deshecho, y fue a buscarla. En su corta vida, muchas minas lo habían rechazado pero ninguna lo había ignorado de esa manera. Ninguna lo había humillado de esa manera. Cuando llegó a la dirección se encontró con un pasillo extenso. En su interior, rozándose los codos, los departamentos se apilaban uno tras otro, separados por delgadas paredes de piel ajada y hueso endebles, y protegidos por chillonas puertas de metal verde despintado.

Iba encararla sin más rodeos. Dio una última pitada de valor a su cigarrillo rubio, y golpeó la puerta. Le abrió. No era ella. Era...era otra chica. Quiso describirla. No pudo. Esa boca, esos ojos, ese pelo. Todos los sustantivos eran ajenos a cualquier adjetivo. “ Disculpá: me equivoque de puerta- dijo aún en estado de shock . Pero agregó rápido de reflejos.-Estaba buscando la puerta del infierno y golpeé las del cielo-. Enseguida advirtió que su respuesta no había sido muy inspirada. Sin embargo a ella le cayó bien.

- ¿Golpeando las puertas del cielo? ¿Cómo Dylan?” – dijo sonriendo con unos labios que hubieran necesitado un departamento de esos sólo par ellos.

-¿Te gusta Dylan?- preguntó sorprendido. ¡Le gustaba Dylan! Ese no era el pan de cada día. Así que improvisó un par de comentarios acertados y le ofreció prestarle un disco del gran Bob, que no tenía nadie.

Se pasó la semana entera buscando ese disco. Porque no lo tenía nadie, y por lo tanto, él tampoco. Cuando lo consiguió, volvió al pequeño departamento. Parecía que ella lo estaba esperando. Sugestivamente desaliñada, abrió la puerta. Hablaron, tomaron mate, escucharon discos. Por un intervalo dudó de su suerte. Ese no era el pan de cada día, volvió a pensar. Sin embargo el éxito -esa moneda que va y viene, esa medalla imprecisa- iba a estar de su lado. “Esta es la tuquera de los momentos especiales” dijo ella con un tono entre místico y ceremonial. A él le parecía una estupidez (más en una chica de veintidós años, responsable y autosuficiente). Pero a los dieciséis años la estupidez era su especialidad. Entonces la siguió. Y entre besos, y humos, y metáforas sabinescas de alto vuelo(y corto vuelo poético,claro) consumieron la tarde en cenizas dulces y piernas enredadas.

Se despidió con un beso escueto y un te llamo. Atravesando el pasillo cruzó a una chica. Era la Flaca. No la saludó. Por venganza, por ensueño, o por olvido, él siguió de largo. Hay momentos en la vida en los que la memoria es tan frágil.

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