miércoles, 2 de mayo de 2007

El edén de los estudiantes

Emociones fuertes. Sensaciones irrepetibles. Un mundo de sorpresas. Al límite de todo. Al borde de lo desconocido . Bari, Bari ,Bariloche.
Hubieran visto al promotor el primer día. Estaba nublado pero él llevaba sus inamovibles gafas oscuras. Recuerdo que fue un viernes. Salíamos de tres horas de matemáticas, ávidos de aire y fin de semana largo. Lo vimos paradito ahí, bronceado con el sol de mayo, firme como un soldado del turismo estudiantil. Nuestra reacción fue prudente. La de las chicas no tanto. Como atraídas por un imán de neuronas flojas y hormonas adolescentes, se lanzaron abruptamente sobre su coqueta humanidad. Desde aquel día, el promotor – Alex, era su nombre- fue figurita repetida en la puerta del cole.
Junio no, dijimos nosotros. No sólo no iba a haber nadie- ni siquiera la nieve- sino que justo se jugaba el mundial . ¿Ustedes lo pueden creer eso? Cuatro años esperando un Mundial y justo se superpone con el viaje de egresados. Pero las mujeres- como todo en la vida- tenían la decisión final. O mejor dicho, inicial. Porque una vez que conocieron a Alex, no hubo forma de hacerlas pensar en otras ofertas, más baratas y más convenientes en todo. No: ellas querían ir con la empresa de Alex. Honestamente a mí, y a mi grupo de amigos, nos importaba muy poco. Yo decidí ir solo por no arrepentirme años más tarde. Pero no estaba muy ilusionado que digamos.
Hubieran visto al Colorado. Creo que durante tres meses no habló de otra cosa. Repetía cada slogan, cada frase del promotor – que una vez contratado- sería coordinador. Tenía una sonrisa dibujada. Y cualquier por cosa que el salía mal, se consolaba diciendo: “No, pero en Bariloche va a estar buenísimo”. Es que Bariloche, para muchos, era algo así como la tierra prometida. Era el edén de los estudiantes, donde podían liberar sus instintos adolescentes. “En el micro ya te agarrás a do o tres” decía Poggio, que había ido el año anterior, y entonces la expectativa era inmensa. Para tipos como el Rusito, o Suárez o Rodríguez, era la oportunidad de abandonar el celibato, despedir las horas vírgenes. Era el mismísimo pecado, pero sin culpa. Esa jugosa cuota que los papis pagaban cada mes era el boleto al placer y el exceso. Lo mismo para las chicas. Bariloche iba a ser zona liberada. ¿Quien iba a juzgar allí un revoleo de chancleta? ¿O dos , o quince? Nadie. Por eso, allá íbamos, con nuestras mochilas cargadas de ilusión...y de licores tóxicos.
Diez días después, el panorama era distinto. Era el último día y la última excursión. Como no habíamos podido subir a la aerosilla el primer día, por complicaciones del coordinador, lo hacíamos ahora. Encima no iba a haber nadie en el parque, porque esa tarde se jugaba la semifinal del Mundial. Íbamos en el micro. Ya no había gritos, ni tumultos, ni cantos eufóricos, Más bien, ya no había ni ganas. El Colo miraba la ventanilla buscando una respuesta, con resaca de la noche anterior, en la que se selló su rotundo fracaso : una semana y nada. No era el único. El Nariz arrojaba con inercia globos desde el anteúltimo asiento, que no eran otra cosa que los 36 preservativos que se había llevado desde La Plata. Díaz y Pandolfi, indignadas por el hotel, igualito al de las fotos. Es decir, de papel. Serra, arrepentida porque su aventura sexual con el coordinador, quien difundió fotos y comentarios a todo el mundo. Y ella se había enamorado de Alex. Ah, Alex ya no estaba. Es que al cuarto día, y en la enésima estafa, algunos quisieron lincharlo y la empresa decidió cambiarlo y poner a Pacha. Pacha nos quería consolar: “Vamos chicos, estamos en Bariloche”. Pero a esa altura, era como remontar un barrilete de plomo.
Por eso, cuando los vi subir uno a uno en filita a la aerosilla, sumisos, resignados y en silencio, me acordé. Emociones fuertes. Sensaciones irrepetibles .Un mundo de sorpresas. Al límite de todo. Al borde de lo desconocido. Bari, Bari, Bariloche. “No, yo no subo”le dije al Pacha y argumenté: “Me duele la panza”. El chofer de nuestro micro dormía. Tomé cautelosamente sus herramientas y encontré una tenaza. El contingente ya estaba en las alturas, apreciando el paisaje y sus decepciones a veinte metros del piso. Emociones fuertes. Golpeé de atrás al encargado de manejar los motores de las sillas. Atónitos de lo más alto, advirtieron la situación. Sensaciones irrepetibles. Apenas cundió el pánico, les recordé que estaban al límite de todo. Posé las tenazas en los rieles. Un mundo de sorpresas. Corte y todos al suelo. Una tajadura y todos al cielo. Al borde de lo desconocido. Bari, Bari, Bariloche.
Y antes de apretar las tenazas, y dejar soltar los rieles, y ver caer uno a uno a mis compañeros, y saber que por primera vez sentían algo sorprendente en la semana, y que le borraba la decepción de sus vidas, y antes de que yo fuera condenado a perpetua por un juez que nunca se fue de viaje de egresados, exclamé: “ ¡Que no se corte!”. No sé si me escucharon.


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