miércoles, 2 de mayo de 2007

El hombre que nunca llegaba a nada

Se dice que la noche que lo concibieron, su madre – una mujer apasionada y laboriosa- no llegó al clímax. Cómo decirle... no acabó. Ocho meses después el niño salió de la panza, porque el doctor había dicho que no iba a llegar a los nueve meses, que el parto se podía complicar.
Desde pequeño tuvo problemas de puntualidad. Llegaba tarde a la escuela, la los partidos, a todo. Sucede que vivía lejos del centro de la ciudad, pero aunque saliera con anticipación y premeditación, siempre ocurría algo en el camino que impedía que llegase a tiempo. Ese problema desarrolló en él la costumbre de correr. Fue así que una vez, le tocó representar al Colegio en una especie de Olimpiadas Zonales. Picó en punta, pero un tirón en el muslo hizo que ni siquiera llegara a cruzar la meta.
Frustrado su paso por el deporte, ingresó en la Facultad. Cuatro fueron las carreras que estudió. Ponía esmero, ahínco, pero nunca finalizaba ninguna. Sin embargo allí conoció a su novia. Ella era bonita, algo antipática o retraída quizá, pero muy respetuosa, correcta y sobre todo, religiosa. Conservaba su virginidad con celo, como un tesoro preciado. Tesoro para el cual nuestro amigo no era el más pirata en conquistarlo.
La noche de bodas iba a ser el debut no solo de ella , sino también de él, quien nunca había llegado a morder la fruta divina con ninguna mujer. Sin embargo en la noche de casamiento tampoco lo logró. No, no crea que no se casaron. Sí, llegó a casarse, pero parece que en la fiesta, ella – que entre sus costumbres rectas y retraídas estaba la de no ingerir alcohol- se agarró una mamúa terrible, y se llevó al baño a uno de los mozos. “Servida en bandeja”, habrá pensado obviamente- muy obviamente- el muchacho y apenas concluido el asunto, nuestro hombre los descubrió. Y de esa manera no llegó ni la noche esperada, ni a la luna de miel: sólo a la anulación del matrimonio.
El resto de su vida no tuvo demasiados sobresaltos. Siguió sin llegar a nada, y hasta algún gracioso politizado lo llamaba “Justicia”. “Ahí viene Justicia” decía. “Entonces se terminó el partido de truco” decía otro y todos reían.
Con pena y sin gloria transcurrió su existencia hasta que una tarde su corazón –ese que nunca llegó a enamorarse ni a sufrir, ni siquiera con el incidente nupcial- pareció decirle basta. Estaba por morir, estaba por ponerle punto final a esa vida llena de frustraciones, a esa meseta de insatisfacción constante. Estaba por llegar a la muerte, a ese remanso eterno, a ese misterio infinito. Estaba por llegar. Y cuando estaba a punto de llegar al fin, llegó un vecino. Y llegó la ambulancia, y llegó un médico y llegó el progreso, y con eso llegó la medicina avanzada, y llegaron la nuevas técnicas quirúrgicas, y llegó el antídoto milagroso.
Esto sucedió hace treinta y dos años: los años que hace que está en coma, inmovilizado, casi inconsciente. Hecho una planta, en definitiva. Algún médico dice que es un buen caso para observación y que es mejor dejarlo así, todo enchufado. La mayoría de los colegas adhieren, aunque dicen que la experiencia no va a llegar nada.

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